Aquí os dejamos un noticia interesante:
Una mente que va a mil pensamientos brillantes por segundo. Esa puede ser la definición de Rosalía, la artista del momento —e incluso de la década— por el lanzamiento de ‘LUX’. Es una concepción que puede pasar de puntillas hasta que la propia artista confiesa que se distrae con los sonidos ambientes en medio de una entrevista. Y es que, haciendo gala de su habitual naturalidad, ha contado públicamente que tiene Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH).
Para muchos, su confesión es la confirmación de que una de las artistas más brillantes del presente convive con un cerebro que funciona de manera distinta. Para otros, la prueba de que el TDAH también puede ser un motor creativo y no solo una etiqueta que pesa. Para los expertos, ha sido la oportunidad para reabrir una conversación pendiente porque ¿cómo se vive una carrera de alto rendimiento cuando la mente trabaja con otros ritmos y reglas?
«La teoría está dividida en el mundo», explica el psiquiatra Yoar Corres, especializado en este trastorno —entre otras cosas, porque lo vive en primera persona—. Su enfoque parte de una premisa que choca con algunos de los expertos más conservadores: dejar de mirar el TDAH como un fallo del sistema y empezar a comprenderlo como una forma distinta de funcionamiento. «Quizá hay cerebros cuya evolución ha priorizado la capacidad creativa de la que habla Rosalía».
Una idea que comparte Ángel Terrón, director de Educatdah Psicólogos, entidad centrada exclusivamente en TDAH desde hace 13 años. Porque sí, el trastorno sigue siendo desconocido incluso entre quienes creen saber de qué va: «La gente piensa que es hiperactividad física, pero ese es el único síntoma que se regula solo con la edad. Trae muchas más cosas, con puntos débiles que, bien trabajados, terminan convirtiéndose en puntos fuertes«. Pero antes de llegar a ello, se enfrentan al diagnóstico.
Un diagnóstico tardío y una infancia bajo lupa
Lo primero con lo que se topa un paciente es con la palabra trastorno. Un término duro, cargado de estigma, que suena a fallo y que todavía hoy asusta porque implica problemas en lo social, lo familiar y lo laboral. Pero, como recuerdan los especialistas, ese impacto inicial es solo el primer choque con la realidad. “Bien trabajado, el futuro puede ser brillante”, insiste Terrón.
Terrón describe a los adultos con TDAH como personas “más creativas, más sensibles y más transparentes”, cualidades comúnmente conocidas como positivas. Pero no hay que perder de vista la otra cara: mayores dificultades en la gestión emocional y en las funciones ejecutivas —capacidad para planificar, organizar y gestionar el tiempo—.
De ahí que aparezcan señales que deberían actuar como alerta. Estas son dificultad para mantener la atención, estructurar tareas o regular el tiempo; en la infancia, síntomas de hiperactividad física; en la adultez, una hiperactividad mental que no da tregua. A eso se suman niveles altos de impulsividad y cierta rigidez cognitiva, es decir, la sensación de que todo tiene que salir como se esperaba.
Nada de esto tiene que ver con un problema de inteligencia. “En consulta veo muchísimos pacientes con capacidades medio-altas”, confirma Terrón. Pero durante años fueron tratados como “los inadaptados”, los que no seguían el ritmo de la clase, los que parecían vivir fuera de tiempo. Ahí está la raíz de un diagnóstico que llega tarde.
¿Por qué se reconoce el TDAH en adultos si los síntomas aparecen durante la infancia? Yoar es tajante: «Porque en España no había una cultura de salud mental hasta ahora». Ni formación. Ni espacio para comprender. «Eras el empanao, el desordenado, el que iba con otros tiempos», explica. El que era reprendido sin descanso.
Son esos niños, que han vivido bajo el peso de etiquetas negativas, los que han crecido y ahora encuentran la liberación en su diagnóstico. «Pueden ordenar episodios de su vida para los que nunca habían tenido explicación», asegura Terrón. Ese señalamiento deja cicatrices.
«Los neurodivergentes tienen tres veces más probabilidad de trauma en la infancia«, recuerda el psiquiatra. No trauma con T mayúscula, sino microtraumas: la sensación de fallar siempre, de llegar tarde, de decepcionar. «Su córtex orbito frontal, que es el que mide la probabilidad de éxito, se alimenta de esos datos, y les erosiona el autoestima«.
Por eso, cuando una figura como Rosalía habla de su TDAH, el impacto es mayor de lo que parece. «Les da esperanza porque muchos piensan que no llegarán a sus metas», explica Corres. Pueden identificarse y sentirse menos solos. Para los expertos, estos referentes reparan algo que estuvo torcido durante años: el relato interno de no ser suficiente.
Los retos de los artistas: creatividad, sensibilidad y caos
Llevar el TDAH a la vida adulta supone enfrentarse al mundo real: horarios, plazos, llamadas, compromisos. En trabajos rígidos, como oficinas o entornos burocráticos, lo pasan peor. «Los artistas, en general, lo viven mejor», apunta Yoar. Su mente encaja mejor en espacios donde la creatividad se valora.
Una idea que Rosalía comparte. Para ella, «lo mejor es coger el TDAH y aprovecharlo» dejándose llevar por las distracciones para convertirlas en impulsos creativos. Y esto tan poético tiene su base científica.
Aunque el déficit de atención supone una dificultad a la hora de empezar a concentrarse, en ocasiones aparece el hiperfoco. Es esa sensación que surge cuando la actividad les supone un nivel de motivación tan elevado que consiguen aislarse del entorno para dar su máximo.
Corres les describe como un tipo de mente «más asociativa, más divergente, más instalada en la red neuronal por defecto», es decir, la zona donde opera la imaginación. «Es ese amigo que empieza a contarte algo y se va por las ramas, pero porque está generando conexiones«. Eso, para crear, es oro porque te sitúa en diferentes planos.
Terrón coincide, pero asocia su creatividad a otro rasgo menos mencionado: la sensibilidad. «Las personas con TDAH son más sensibles. Y muchos estudios relacionan sensibilidad con creatividad. Es esa percepción más intensa de texturas, olores, emociones… [como explica Rosalía]. Eso te lleva a sitios donde otros no llegan”.
Eso no elimina los retos. A cambio, aparece el reverso: desorganización, impulsividad, montañas rusas emocionales y dificultad para mantener rutinas o sistemas. Pero ambos expertos aseguran que es posible «adquirir mecanismos compensatorios que transforman puntos débiles en puntos fuertes».
Uno de los más importantes es que son artistas caóticos, como le pasaba a Da Vinci. Terrón lo formula con una frase cristalina: «Tienen mayor talento, pero necesitan también mayor disciplina».
De ahí que sus carreras artísticas dependan no solo del talento, sino de los equipos. «Un artista con TDAH puede ser brillante, pero si no tiene a alguien que le ordene las agendas o le ancle a tierra, puede tener problemas», apunta Corres. Es lo que llaman un cerebro ejecutivo externo, una persona de confianza que gestione la organización y los tiempos.
El segundo punto es la impulsividad. «¿Cuántas veces hemos visto personas con un futuro prometedor que por comportamientos impulsivos han perdido todo?», se pregunta Terrón. Este rasgo, explican, es una falta de elaboración de respuesta, verbal o conductual, y puede jugarles malas pasadas en entrevistas, decisiones de carrera o relaciones profesionales.
Una mala contestación a un paparazzi en un momento puede suponer un gesto de espontaneidad genuina o un desastre. Eso sí, bien trabajada se convierte en la agilidad mental tan necesaria para enfrentarse a los periodistas.
Por último, está la desregulación emocional. «Su cerebro no es capaz de metabolizar la energía emocional como el resto» y quedan atrapados días en cosas que les han pasado que les causa vergüenza o dolor. Pero a la vez les puede llevar, mediante la terapia, a convertirse en personas que tienen diversas alternativas para enfrentar una situación compleja al ponerse en todos los escenarios posibles. Así que pueden manejar las crisis comunicativas como nadie.
El peligro del autodiagnóstico
La visibilidad que dan artistas como Rosalía, sin embargo, convive con un riesgo que los sanitarios repiten una y otra vez: el autodiagnóstico. Las redes, advierte Corres, han ayudado a expandir el desconocimiento sobre este trastorno: «El TDAH es el diagnóstico más infradiagnosticado y más sobrediagnosticado a la vez».
Perder las llaves o distraerse no implica tener TDAH. Detrás de algunos de los síntomas puede haber miles de causas como una depresión, una anemia, un trastorno del sueño o un hipotiroidismo. «En internet no existe el diagnóstico diferencial y eso es un peligro», insiste.
La única manera de no convertirlo en una moda, según Terrón, es una buena evaluación neuropsicológica. «Todos somos un poco impulsivos, despistados… la clave es ver cuando eso se patologiza». Es en ese momento cuando entra el tratamiento.
La medicación: ¿ayuda o estorba?
Hablar de medicación en el TDAH es entrar en un terreno sensible. Funciona, es eficaz y está avalada por la evidencia, pero, según Corres, también despierta dudas que no aparecen en los estudios, solo en consulta.
Hay efectos secundarios demostrados como pérdida de apetito, dolor de cabeza o molestias digestivas. Hasta ahí, lo esperado. Lo complicado llega después: «Tengo pacientes que me dicen: ‘dejo de ser yo’. Que pierden la chispa». Una chispa que, quizá, está conectada con esa esponteneidad e impulsividad que sostiene parte de su creatividad.
No está demostrado que los fármacos la reduzcan, pero la duda pesa. Tanto, que la tasa de abandono es altísima: más del 50% a partir de los dos o tres años, según recoge Corres y apunta a que estos cambios de personalidad sean una de las causas. No porque el medicamento no haga efecto, sino porque para algunos adultos la ecuación no termina de compensar.
«Muchos se plantean si prefieren encajar en el sistema o buscar el lugar donde pueden brillar sin tener que cambiar su forma de pensar«, explica. Es el caso de Rosalía que no toma tratamiento farmacológico por decisión propia: «Lo dejo estar. No he intentado controlarlo nunca».
Ambos expertos defienden una visión más amplia del tratamiento. No todo se reduce a los químicos. De hecho, Terrón apunta a que para él lo más importante es la terapia. El objetivo no es «apagar» la personalidad, sino dotar al paciente de herramientas. «Es verdad que al controlar la impulsividad algunos sienten que algo cambia, pero suele ser un cambio positivo. A veces confundimos espontaneidad con estar actuando como una bomba sin pensar».
Corres coincide en la idea central: tratar el TDAH es adaptar el entorno a la persona, no al revés. «En España lo habitual es que no lleven medicación por esa tasa de abandono», explica. El problema es que vivir sin tratamiento —ni farmacológico ni terapéutico— tiene consecuencias: más accidentes, más conflictos laborales, más estrés, más ansiedad, más depresión. «Se puede vivir así, pero a un coste muy alto», resume.
Ahí es donde el psiquiatra lanza una imagen que lo ordena todo. «Es como ser zurdo», dice. «No hay nada malo en serlo, pero si no lo sabes imitas al resto y te sientes torpe. Hasta que te compras unas tijeras para zurdos, adaptas tu mesa, entiendes cómo funciona tu cerebro y dejas de sentirte inutil«.
Ese gesto —colocar las tijeras adecuadas— es para los especialistas el verdadero sentido del tratamiento: permitir que el paciente deje de pelearse con un mundo diseñado para otras manos.
Trabajar con el cerebro, no contra él
Ambos especialistas coinciden: el tratamiento no es solo medicación. Es adaptación del entorno a la personas, técnicas cognitivo-conductuales, entrenamiento en habilidades organizativas y, sobre todo, conocimiento propio. «Solo entenderte ya repara», resume Corres.
Y quizá ese sea el mensaje más poderoso detrás de que Rosalía lo cuente: que el talento no se construye a pesar de un cerebro distinto, sino muchas veces gracias a él. Entender cómo funcionas no te limita, sino que te libera. Y que, como dice Corres, aceptar tu mente es el primer paso para dejar de sentirte torpe y empezar a crear desde un lugar propio.
Porque detrás del éxito de la cantante catalana —y de tantos otros— hay algo que no se ve en los focos: la lucha diaria con un cerebro que piensa más, siente más, crea más… Por eso mismo, a veces necesita un camino propio: el de entender cómo eres para saber quién eres.
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